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Guild Wars Fanfic


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¡Hola!

Creo este hilo para publicar las distintas entradas del Fanfic sobre Guild Wars Prophecies que acabo de comenzar. Os dejo la primera en formato audiovisual y escrito, donde se narran las vicisitudes de un cierto guerrero que se ve inmerso en la guerra con los charr en una todavía colorida Ascalon. (PISTA: es nivel 16 por el título del Defensor Legendario de Ascalon y ya toca hacer la parte del questeo).

La idea es pasarnos todos los GW en directo (Twitch) y en orden cronológico (incluyendo el 2) al tiempo que voy publicando escritos aquí y en YouTube a modo de entradas en un diario que el personaje va escribiendo.

¡Espero que os guste!

Vídeo: https://youtu.be/pWcPgCHnnJc

Escribe

«Tú que puedes, escribe. Te ayudará». Esas fueron sus palabras al atardecer, justo antes de marcharse. Casi parecía una orden, pero sé que no era esa su intención. A estas alturas, hay poco de Langmar y mucho de teniente dentro de ella. Sea lo que sea, por alguna razón, su idea me atrajo. Tanto que fui al almacén de inmediato a pedir algo de tinta y papel y aquí estoy: arrebujado en el rincón de una de las garitas de nuestro gran muro, escribiendo esto con mal alumbramiento y peor letra.

            Estando aquí, puedo escuchar cómo, mucho más abajo, mis compañeros repelen las ocasionales escaramuzas nocturnas de los charr. En unas horas, el amanecer hará que sea yo quien ocupe su lugar para tratar de frenar la eterna acometida de esas bestias. He perdido la cuenta de los charr a los que he dado muerte. Hay quien me dice que soy habilidoso o que nací para esto. Yo, sinceramente, no veo otra intervención que la de la suerte y la experiencia. Suerte, por no haber sido de los que cayeron en su primer combate. Experiencia, por haber podido tener esa fortuna.

            Y lo cierto es que no hace mucho de aquello. Todavía recuerdo los golpes en la puerta de nuestra pequeña granja, en mitad de la noche. Yo ya estaba tumbado en mi lecho, intentando conciliar el sueño en preparación para otro agotador día de trabajos. «¡Abrid en nombre del Rey!», gritaron desde el otro lado. Cuando escuché aquello, supe que venían a buscarme como lo hicieron con mi padre para las Guerras de Clanes unos años antes. Mi madre, ya aquejada por aquella pérdida, imploró que no me llevaran. No sirvió de nada: el enemigo es más numeroso y más fiero, con lo que Adelbern necesita a todo hombre o mujer capaz de matar, herir o abultar. Y cuando el Rey necesita, el pueblo provee.

            No me permitieron cargar con nada. «Nosotros te daremos todo lo necesario», avisaron. La verdad sea dicha, tampoco tenía mucho con lo que cargar, pero me habría gustado traer conmigo algunos de los libros que mis padres me descubrieron y con los que fui enseñado. Al menos esto hizo que el viaje a Ascalon fuese ligero.

            No mentiré: cuando nos encontrábamos al pie de la gran ciudad, con el imponente Muro iluminado por el sol de la mañana, mi corazón se llenó de expectación y mi madre y la granja empezaron a dejar de importar tanto. Fuimos guiados a través de la urbe, pero, para mi sorpresa, en lugar de llevarnos al registro, abastecernos e indicarnos nuestro lugar de descanso, fuimos dirigidos a través del Muro, hacia su cara norte, para otear un horizonte de tierra quemada, cuerpos yacentes y edificaciones ruinosas.

            «Por esto estáis aquí. De vosotros depende que estas bestias indómitas se vayan por donde han venido y no acaben con todo lo que conocemos. Pero cuidaos: tan peligrosos para vosotros son ellos como lo soy yo. Mi palabra es la del Rey y en esta guerra los errores se pagan caros. Huid de tentaciones traidoras, abrazad la lucha y todo irá bien. ¿Entendido? Bien. Vamos». Esas fueron las primeras y últimas palabras que le oí decir a un Sir Tydus que apareció tan pronto como desapareció. Tras esta advertencia, ahora sí, nos llevaron ante la teniente y sus subordinados, quienes se ocuparon de nosotros.

            A la mañana siguiente, ya descansados y pertrechados, nos dividieron en grupos de dos y, tutelados por distintos oficiales, comenzó nuestro adiestramiento al sur del Muro. En realidad, más que entrenarnos, nos utilizaban en tareas de control de plagas que, a su vez, servían para separar el grano de la paja. Saurios, devoradores, grawl, bandidos… Esos eran nuestros objetivos. Acabar con ellos probaba nuestra valía, descubría nuestros talentos y ayudaba a controlar un reino en caótica decadencia. Y si por el camino caía alguno de nosotros, rápidas y relativamente frecuentes ceremonias funerarias nocturnas nos recordaban lo que era lógico: si le han matado los bandidos, imagina lo que le habrían hecho los charr.

            Con cada día que sobrevivía, crecían mis opciones de seguir en este mundo. Opciones que eran mínimas para seres que, como yo, tienen escaso caudal mágico en sus venas. «Los guerreros», nos llaman. Muchas veces en tono despectivo. Y no les falta razón. De no ser por el talento y los hechizos de mi compañera, dudo que hubiese llegado tan lejos. En cualquier caso, aquí estoy. Los saurios quedaron atrás y cada noche acudo a mi lecho abrumado y exhausto por el buen puñado de charr cazados. De ahí que forme parte de la Vanguardia de Ascalon y que, siéndoles de utilidad aquí, no me hayan destinado al mortal final en el que, hasta ahora, han acabado todos mis compañeros.

            Pero no puedo seguir así indefinidamente. Siento cómo mi alma se agrieta y mi espíritu colapsa. Le he pedido a Langmar que me permita volver a disfrutar de una cierta libertad. Le ha costado ceder, pero hemos llegado a un acuerdo: después de mañana, seré libre de la brutalidad felina durante un par de días, siempre y cuando siga ayudando a los vulnerables o mejore mi preparación física y mental para mi regreso a la Vanguardia. Menos da una piedra, dicen. Pero me parece bien. Sé dónde ir y qué hacer. De todos modos, mi conciencia no estaría tranquila si cesa mi lucha, pues hacerlo significa desproteger aquella granja que ahora se me antoja tan lejana y donde mi madre, sin duda, sufre cada día. «No te preocupes. Estoy aquí», me gustaría decirle. Pero bueno: yo que puedo, al menos, lo escribo.

 

Editado por Rivlet.9174
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